jueves, 26 de agosto de 2010

Tambores en manos de mujeres

El universo femenino no deja de sorprendernos. Y si se trata de mujeres, Tamborelá es una sobrada muestra de la fuerza creadora que pueden desplegar. Asistir a uno de sus espectáculos es color, música y arte.
No sólo basta con abrir los oídos y los ojos; también el alma se abre, seducida por el talento de estas cinco muchachas que saben cómo poner el ritmo y la pasión al servicio de quien guste compartir un rato con ellas. 

Cantar y bailar

La cita, domingo por la tarde. Las anfitrionas, cinco mujeres de tambor batir. La invitación, pasar unas horas viendo la cocina del espectáculo en el que presentan su nuevo disco, titulado MUJERES AL PIE DE LA CORDILLERA.
Tras el ruidoso saludo de bienvenida, me acomodé en el suelo, casi en medio de las chicas y sus sets. Todo a mi alrededor era colorido, y había muchos más instrumentos que personas. No tardarían en demostrarme como podían ejecutarlos en simultáneo, y a la vez cantar y bailar.
El ambiente era distendido, con risas y comentarios de por medio, pero sin dejar de lado la seriedad que los verdaderos profesionales conocen. Bastaba el primer golpe de tambor para que todas estuvieran atentas, y concentradas en su labor.
La propuesta me era conocida, gracias a su anterior material discográfico, y a la innumerable cantidad de presentaciones que hicieron en estos seis años que llevan trabajando. Pero a la vez, todo me parecía nuevo.

Con olor a tierra fresca

En esta oportunidad, el universo se condensó sobra nuestra hermosa cordillera, esa que desde la intensa y roja tapa del disco recorren mil mujeres. Allí, con olor a tierra fresca y algunos aires sureños, me transportaron las artistas con su propuesta, que esta vez había dejado las apacibles aguas de su primer trabajo, para mostrarme toda la potencia de la que son capaces.
Con la fuerza explosiva de su propia voluntad creadora, comenzaron a tocar. La música que inmediatamente sonó era nueva, pero la letra me resultaba conocida. Me llevó unos segundos darme cuenta de que con un exquisito gusto y una potencia admirable, habían sabido hacer de "Eva", de Silvio Rodríguez, una canción para cantar y bailar. De pronto, dos de ellas coparon la sala de ensayo, para bailar casi literalmente al lado mío. 

Esa tierra a la que le cantaban

Como la letra rezaba, se trataba de mujeres. Mujeres que gritan con independencia y son su propio sustento. Que cantan al viento “por eso mismo lo voy a hacer ahora, lo voy a hacer”. Y lo hacen. Con talento y desfachatez, no sólo en las letras del músico cubano, sino también con una arrulladora invitación a pensar "El Cigarrito" de Víctor Jara que interpretaron a continuación. Y lo volvieron a hacer, una y otra vez, con una profunda y casi aromática versión de "La Nostalgiosa" del dúo Falu/Dávalos, una exquisita interpretación de "La Jardinera" de Violeta Parra (que cuenta en el disco con la participación de la vientista Nuria Martinez), y también con la hermosa conexión con la tierra que supieron establecer al interpretar "Echen Coplas y Dicen que el mundo es redondo", ambas recopilaciones de la inconmensurable Leda Valladares como ellas mismas definen. Matices, muchos matices. Desde este lado del planeta eligieron también apelar a sus creaciones, audaces, sutiles, delicadas y vigorosas, como "Luna Feliz" de Anahi Mariluan, "Madera Tambor" compuesta junto a Paola Fassi, "Mapu Alum" en lengua mapuche, y algunos temas instrumentales como "Apacheta", "Bombos Marchando" y "Cielo Sur", que dieron descanso a la voz pero jamás al ritmo poderoso de los tambores en manos de mujeres.
El ensayo fue intenso. Tuve ganas de bailar, y hasta de zapatear cuando ellas mismas lo hicieron, atreviéndose una vez más a lo que otrora se reservara a los hombres. Pero no pude, y no porque el espacio fuera profundamente reducido, sino porque me había transportado tan lejos esa imagen, que no pude despegarme del suelo, de esa tierra a la que le cantaban.

Invitación

Podría decir que accedí a un evento del que nadie puede participar. Sin embargo me equivocaría, porque la solvencia que mostraron estas jóvenes artistas en el ensayo es suficiente para colmar cualquier teatro, cualquier sala en la que se presenten, y dejar a todo el mundo ya no meramente satisfecho, sino embelesado. De modo que allí iré, a verlas, oírlas y disfrutarlas al teatro en que se presentan. Y desde mi humilde lugar de espectador los invito, porque incluso mis palabras pueden resultar apenas un recorte de lo que Tamborelá puede regalarnos.
Sin duda alguna MUJERES AL PIE DE LA CORDILLERA es, además de una fuerte carta de presentación, una nueva muestra de lo diverso y cautivador que pueden lograr las mujeres cuando deciden echar manos a la obra, y parir percusión, canto y danza de alto vuelo.

(Nota publicada en el Boletín Nro. 5 de Arteadentro)

martes, 24 de agosto de 2010

Vertical

Otra vez se abre el arcón, otra vez traigo un texto de uno de mis antiguos blogs. Uno de los primeros que posteé. Aquí vamos...

El más pistola. El más poronga. El más banana. El más pija.

Todas estas son frases de una sociedad tetosteronizante, en la cual cuanto más macho sos, más “piola” y con más autoridad moral y política. Porque los verdaderos hombres ponen los huevos sobre la mesa.

Las pelotas. Las bolas. Los cojones. Los culeones. Los testículos.

El falo. El miembro. El pene. El pito. El pirulín. La pichona. El sable. El palo. La verga. La anaconda. El rabo. La tararira. El pingo. El nabo. La picha. El pomo.

Algo tan importante en nuestra sociedad que se le han dado tantos nombres como contextos ameriten su referencia. Porque es omnipresente. Porque está hasta donde no debe.

Cuando se habla de pecados se lo incluye. Cuando se habla de santidad se lo excluye.

Hasta cuando se habla de lesbianas lo ponen en el medio. Hablan de su falta. De su necesidad (¿?)

Una travesti debe ocultarlo pero tenerlo. Un hombre debe usarlo. Si no penetra, no hubo sexo.

Un varón gay debe definirse sí o sí como activo o pasivo. Estúpido pero real.

Si una mujer está nerviosa es porque “le falta una buena pija”. Si un tipo está de mal humor es porque “hace rato que no la pone”.

Cuando se habla de cultura se habla de “penetración”. Cuando alguien demuestra lo que sabe hace una “ponencia”. Cuando un verdadero hombre no está de acuerdo con el jefe o el gobierno que “se la puso” con el último convenio, debe hacer un “paro”. Las construcciones se “erigen”. Y la lista continúa…

Desde el hombre que espía el tamaño de quien está en el mingitorio de al lado, hasta la madre que busca en la ecografía ESO que marca la diferencia. Desde el adolescente que se mira al espejo mientras se masturba, hasta el anciano que compra pastillas para sostener la única parte de su cuerpo que necesita funcional para ser digno.

Estamos literalmente “atravesados” por un gran pene. Si alguna vez lo representaran en el cine, la gran teta de Woody Allen pediría indemnización por daño moral.

Por un mundo menos vertical…

Sáquennosla que nos duele.

viernes, 20 de agosto de 2010

De tal palo

Su hijo y él tienen mucho en común, pero no se han dado cuenta.

Su hijo es gay, y nunca se lo ha dicho. Está en pleno coming-out, y disfruta de la noche porteña con el mismo vértigo de quien bebe un vaso de un sorbo. Se siente muy distinto a su padre, a quien considera un señor con todas las letras. Pero el señor está más cerca de sus hábitos que lo que él cree…

El señor dedica su jornada al humo y al ruido. Hace ambas cosas sin preocupación, y todos, tras la nube que deja, lo insultan, no sin antes pasar un rato con él sudando, sacudiéndose, mordiéndole la nuca.

El señor despide a un eventual compañero cada vez que una luz, o un timbre, le avisa que se acabó el turno. Ninguno de los dos se despide, en un pacto de silencio tácito fruto de una costumbre casi ancestral.

El señor hace todos los días lo mismo, muchas veces. Va y viene de un lado al otro, como si estuviera indeciso. Pero lo hace a propósito, en un eterno toco y me voy a dos puntas que en otro contexto sería motivo de lapidaciones.

El señor lleva el pelo muy cuidado. Permanente recién hecha, flequillo pa’ despejar la vista, y un trío de espejos siempre adelante. Tiene las manos gruesas, ásperas, con olor rancio pero gentiles. Sentado cómodamente, tiene a mucha gente detrás que no percibe lo que pasa.

El señor dejó los estudios porque necesitaba la plata. Alguien le dijo que se pagaba bien, y no lo dudó un instante.

El señor hubiera querido ser cantante, pero eligió hacerlo bien bajito, sobre las letras de Donna Summer, que suena de fondo todo el tiempo.

Y yo, muerto de cansancio y de risa, voy en un asiento simple, preguntándome en qué estará pensando el señor, ese hombre recio que maneja un colectivo, mientras canta en un inglés improvisado canciones más gays que todxs mis amigxs y yo juntxs.

El señor piensa en qué distintos son él y su hijo.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Castrati

in fraganti
Él se llama Betún. Ella, Flecha. Vienen de familias distintas, y han dejado mucho en el camino.

Betún es un gato oriental de pelo corto. Tiene edad desconocida; ni su dueño original supo decirme con exactitud cuándo nació. Me lo entregó cuando tenía casi cuatro años, o casi cinco (tal la confusión), allá por el 2007, cerca de fin de año. Dejó su casa, una gata negra con la que dormía todo el día, el humo del porro cotidiano, la música rock que sonaba en el ambiente y un amo que decidió regalarlo cuando se puso de novio y su chica no lo quiso. De eso pasó a mis manos inexpertas, a escuchar Madonna, Liliana Felipe, Tamborelá y otros artistas que no conocía. Descubrió que dos hombres pueden dormir en la misma cama que él, que existen los pisos altos y los balcones prohibidos, y que las caricias nunca se acaban. Está castrado desde hace mucho tiempo, incluso antes de todo esto que relato. Poco acostumbrado a las visitas, cada vez que alguien llegaba corría a esconderse bajo mi cama.

Flecha va por los tres años y es tan hermosa como la ignorada cruza que le dio origen. Vivía con su hermana Arco hasta que algún idiota puso fin a sus días, y con Pablo y su hermano Lucas, una perra mestiza llamada Mangosta, y la más recientemente llegada Grucha, una gata tricolor mala como ella sola. Todos los días salía de paseo, dormía en la cama con Pablo y los otros animales, y escapaba de todo el mundo hasta que en algún momento se acercara inexplicablemente a pedir mimos. No le gustaba mucho que la molesten, y sabía hacerse su sitio entre los amigos, muchos, que visitaban la casa.

Hace unos meses todo cambió. Pablo y yo decidimos vivir juntos, y darles la oportunidad de conocerse. Betún había olvidado cómo era vivir con otros animales. Flecha no sabía cómo era compartir techo con un macho, y recién castrada para evitar huidas en la mudanza, pedía silenciosamente que no la jodan. La única compañía que aceptaba sin quejarse era la de la perra, que afortunadamente para ella y lamentablemente para Betún (que la odia con todas sus fuerzas), compartió su destino unas semanas después.

Poco a poco, se fueron acercando. Al principio, Betún, desorientado por el olor a hembra, se puso agresivo, pero inmediatamente pasó a enamorarse perdidamente y hundir, asquerosamente para mí, la mitad de su cara en la concha de Flecha. Ella lo rechazaba siempre que tenía oportunidad, pero él, denso y perseverante como yo, estaba ahí, como un granadero, cada vez que la gata abría los ojos.

Así fue que le ganó, y hoy son fieles compañeros. Se abrazan, se pelean, se corren por toda la casa tirando cosas a su paso, y salen de paseo en un itinerario en el que ella, experta, lo guía por la senda de la libertad condicional. 

¿Pero qué de todo esto es lo que más me llama la atención? ¿Por qué elijo escribir sobre estos bichos que tanto amo? No, no es el amor por ellos. Lo que me maravilla es que ambos fueron castrados, contra su naturaleza, sin que pudieran decidir ni oponerse. Y sin embargo, se burlan de quienes lo hicieron, y muestran cómo su deseo es más fuerte que todo intento censor.

Betún salió del closet, y me mostró que le gustaban las nenas, cosa que yo nunca hubiera imaginado. Y en la más absoluta insolencia le mete el hocico ahí atrás a Flecha siempre que estoy a la vista.

Flecha, que sin dudas ama a Betún, prefiere la compañía de otros machos, a juzgar por su desesperada huida cada vez que la puerta de la terraza se abre. Se burla de nosotros, que como padres con hijos adolescentes miramos la hora esperando que regrese al hogar.

Siempre se dijo que los gatos son traicioneros. Sin embargo, estos dos seres maravillosos, me han mostrado cómo no traicionan, y lo más importante, cómo no SE traicionan. Son fieles a su instinto, a su deseo, y se cagan en quien quiera decirles qué está bien y qué está mal, encontrando siempre el modo de hacer lo que les place.

Por eso escribo este anecdótico texto. Porque me hicieron reflexionar sobre la verdadera naturaleza de los seres. Porque me mostraron que la censura y la castración no pueden hacer nada contra quienes eligen seguir su corazón, su instinto, su sangre.

Y en este día en que me detengo a pensarlo, quiero celebrar que haya personas que se animan a trasponer esas barreras. Y deseo, con el alma henchida, que todxs podamos tener esa desfachatez, y nos burlemos de quienes dicen NO esgrimiendo que nuestras uniones son estériles, saliendo de nuestros closets. Alcemos la voz entonces, como los castrati.

martes, 17 de agosto de 2010

Novia con bigotes, se busca

Traído del arcón de la memoria, desde uno de mis antiguos blogs, les regalo uno de los textos que más disfruté escribiendo...

Hoy me asaltó un recuerdo y quiero compartirlo.

Año 1982. Jardín de infantes “Campanitas”, del barrio de Liniers. Maestras, entre las cuales recuerdo a la señorita María del Carmen, a quien para hacer rabiar le decíamos María del Carne. Compañeros, entre los cuales recuerdo a mi amiguísimo Julián. Y aunque usted no lo crea… una novia.

Se llamaba Celeste. Su nombre era el resultado de una lista familiar con colores pendientes: su madre se llamaba Violeta, su Abuela era Blanca, su hermana se llamaba Azul. Será por eso que eligió un novio rosa…

Celeste era una nena regordeta y bastante revoltosa. Subía a la trepadora con más facilidad que yo, y jugaba a la pelota conmigo. Recuerdo cómo nos revolcábamos por la arena y cómo con mis manos delicadas le enseñaba a armar figuras con los bloques de madera.

Su delantal siempre tenía más agujeros que el mío, y más manchas también. Tomaba la leche con rapidez y desenfado, manchando toda su cara. Mientras tanto, yo, detrás de mi vaso rojo con forma de bota tejana, la miraba con admiración, sumido en mis breves sorbos.

Esta imagen, esta escena casi romántica, me lleva a un hallazgo, algo perdido durante mucho tiempo en el arcón de la memoria. Como si le faltara algo para poder terminar de definirla como un absoluto chongo, Celeste tenía algo que a mí cuerpo tardaría doce años más en aparecerle: bigotes.

No, no hablo de la huella que la merienda deja sobre la boca. Hablo de bigotes, con todas las letras. Sí, era de esas nenas que son muy velludas. Quién sabe si comería puros alimentos yang, o si tenía un desbarajuste hormonal, o qué… La cuestión es que mi novia, mi primera novia, tenía bigotes.

Toda una revelación. Es increíble cómo desde pequeños vamos forjando una imagen del candidato perfecto, ese objeto de deseo que perseguiremos a lo largo de la vida cambiándole la cara cada tanto.

Los amores cambian, evolucionan, pero a menudo podemos ver, si nos detenemos a observar a la distancia, cómo presentan similitudes. Con más o menos cosas resueltas, con más o menos conciencia sobre su propio ser, nuestros amores suelen compartir cosas en esencia, aunque no nos guste reconocerlo.

Hoy me siguen gustando aquellos que tienen barba y bigotes. Hoy me siguen llamando la atención aquellos que saben jugar y crear poniendo el cuerpo sin temores. Hoy, mi novia con bigotes forma parte de mi recuerdo y de mi presente, de esos hombres comunes y corrientes que tras mi propia barba desprolija miro fascinado.

Publicado originalmente el 16/04/2008
Dibujo aportado por Gimena Cebrones, inspirado en esta historia.
Gracias Gime!

Adiós al closet - Bienvenid@s

Todo en la vida es una construcción. O una deconstrucción. Tomamos aquello que recibimos, primero de la naturaleza, luego de la familia, escuela, amigos, entorno, trabajo. Con esos ingredientes sobre la mesa, elegimos qué queremos y qué no. En muchas ocasiones, queremos cosas que nos gustan, y en otras no. Son estas últimas, las que elegimos por gusto o deseo del otro, por permiso o prohibición, aquellas que nos encierran en un mundo funcional (en el mejor de los casos) pero sin realizaciones.

Elegimos qué amigos tener, qué carrera seguir, qué trabajo emprender, qué proyectos encarar. Elegimos, sí. Aunque las elecciones a veces sean forzadas, o respondan a necesidades concretas, somos nosotros los que tenemos la última palabra. O el último silencio.

Porque callar es una forma de decir. No hacer es una forma de hacer. Quedarse, conformarse, encerrarse, adormecerse, son maneras de decidir, aunque a primera vista no lo parezca.

Cuando aceptamos un trabajo sólo por la paga, o estudiamos lo que se supone que conviene, o nos relacionamos con quienes es política, moral o socialmente correcto, nuestros verdaderos deseos reprimidos quedan enclaustrados, escondidos, encajonados.

El closet remite a eso. A la sensación de calma aparente, de positivo avance o progreso en una vida que en realidad poco tiene de tal. Todo está en orden, colgado, suspendido, doblado, planchado y perfumado. Y sin embargo algo huele mal. El alma se nos va arrugando, el corazón se enfría, la cabeza se enmohece.

El colegio es un closet. La oficina del trabajo odiado es un closet. El púlpito es un closet. El cuarto oscuro del que vota sin convicción es un closet. El estado ante el que alguien se casa con quien no quiere es un closet. La heladera llena de cosas que forjan siluetas para otros es un closet. El local en el que compramos ropa que dice mucho de la marca y poco de nosotros es un closet. El abrazo de aquella madre que nos desconoce es un closet. Cajones, cajones, cajones. Cosas guardadas por mucho tiempo, que nunca se usarán, ocultas bajo lo que otros quieren ver.

Cada tanto nos cruzamos con personas que abren la puerta, miran, dicen “qué lindo”, y se van. Entretanto, somos los únicos testigos de una erosión. Vamos tejiendo nuestra existencia con géneros confortables, telas que todos ambicionan. Menos nosotros.

Así vistos, es como si jugáramos eternamente a los disfraces, sin saber jamás con qué queremos vestirnos porque los atuendos que realmente deseamos nunca nos hemos animado a probarlos.

Finalmente, con los cueros desteñidos, apolillados, duros de tanto estar apretados, nos damos cuenta de que necesitamos salir al sol, desnudarnos, calentarnos el alma y brillar, por fin, a los ojos de todo el mundo.

Cuando uno se rebela, y se revela, nada cambia en esencia. Somos los mismos que siempre hemos sido. Pero hay algo que sí se modifica, y es la percepción de nosotros que tenemos y tienen los demás. Aquellos que nos quieren aprenderán, tarde o temprano, que ese ser al que tanto aman ha sido infeliz por no dañar sus expectativas. Y tendrán la chance, merecida o no, de conocernos como realmente somos.

Darnos y darles esa chance es el mayor acto de amor. Y si quieren hacer oídos ciegos a lo que tenemos que decir, entonces el encierro será su elección, y no la nuestra. Y podremos extender las alas y volar a la vista de todo el mundo, sabiendo que sólo nos apreciaran unos pocos, que son los que importan. Pero los que verdaderamente importamos somos nosotros mismos.

Este blog es un espacio de reflexión, de esparcimiento, de catarsis, de liberación. Un lugar donde elijo mirarme al espejo tal como soy, y le ofrezco a quien se acerque un reflejo imperfecto, pero genuino que se llama identidad.

Con humor, literatura, agudeza, tonterías, ocurrencias y desvaríos quiero contar fragmentos de mi historia y las de otros, que en definitiva son la misma. La de quienes alguna vez nos sacamos el polvo de los hombros y le dijimos, por fin, adiós al closet.

Bienvenid@s