viernes, 20 de agosto de 2010

De tal palo

Su hijo y él tienen mucho en común, pero no se han dado cuenta.

Su hijo es gay, y nunca se lo ha dicho. Está en pleno coming-out, y disfruta de la noche porteña con el mismo vértigo de quien bebe un vaso de un sorbo. Se siente muy distinto a su padre, a quien considera un señor con todas las letras. Pero el señor está más cerca de sus hábitos que lo que él cree…

El señor dedica su jornada al humo y al ruido. Hace ambas cosas sin preocupación, y todos, tras la nube que deja, lo insultan, no sin antes pasar un rato con él sudando, sacudiéndose, mordiéndole la nuca.

El señor despide a un eventual compañero cada vez que una luz, o un timbre, le avisa que se acabó el turno. Ninguno de los dos se despide, en un pacto de silencio tácito fruto de una costumbre casi ancestral.

El señor hace todos los días lo mismo, muchas veces. Va y viene de un lado al otro, como si estuviera indeciso. Pero lo hace a propósito, en un eterno toco y me voy a dos puntas que en otro contexto sería motivo de lapidaciones.

El señor lleva el pelo muy cuidado. Permanente recién hecha, flequillo pa’ despejar la vista, y un trío de espejos siempre adelante. Tiene las manos gruesas, ásperas, con olor rancio pero gentiles. Sentado cómodamente, tiene a mucha gente detrás que no percibe lo que pasa.

El señor dejó los estudios porque necesitaba la plata. Alguien le dijo que se pagaba bien, y no lo dudó un instante.

El señor hubiera querido ser cantante, pero eligió hacerlo bien bajito, sobre las letras de Donna Summer, que suena de fondo todo el tiempo.

Y yo, muerto de cansancio y de risa, voy en un asiento simple, preguntándome en qué estará pensando el señor, ese hombre recio que maneja un colectivo, mientras canta en un inglés improvisado canciones más gays que todxs mis amigxs y yo juntxs.

El señor piensa en qué distintos son él y su hijo.

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