miércoles, 18 de agosto de 2010

Castrati

in fraganti
Él se llama Betún. Ella, Flecha. Vienen de familias distintas, y han dejado mucho en el camino.

Betún es un gato oriental de pelo corto. Tiene edad desconocida; ni su dueño original supo decirme con exactitud cuándo nació. Me lo entregó cuando tenía casi cuatro años, o casi cinco (tal la confusión), allá por el 2007, cerca de fin de año. Dejó su casa, una gata negra con la que dormía todo el día, el humo del porro cotidiano, la música rock que sonaba en el ambiente y un amo que decidió regalarlo cuando se puso de novio y su chica no lo quiso. De eso pasó a mis manos inexpertas, a escuchar Madonna, Liliana Felipe, Tamborelá y otros artistas que no conocía. Descubrió que dos hombres pueden dormir en la misma cama que él, que existen los pisos altos y los balcones prohibidos, y que las caricias nunca se acaban. Está castrado desde hace mucho tiempo, incluso antes de todo esto que relato. Poco acostumbrado a las visitas, cada vez que alguien llegaba corría a esconderse bajo mi cama.

Flecha va por los tres años y es tan hermosa como la ignorada cruza que le dio origen. Vivía con su hermana Arco hasta que algún idiota puso fin a sus días, y con Pablo y su hermano Lucas, una perra mestiza llamada Mangosta, y la más recientemente llegada Grucha, una gata tricolor mala como ella sola. Todos los días salía de paseo, dormía en la cama con Pablo y los otros animales, y escapaba de todo el mundo hasta que en algún momento se acercara inexplicablemente a pedir mimos. No le gustaba mucho que la molesten, y sabía hacerse su sitio entre los amigos, muchos, que visitaban la casa.

Hace unos meses todo cambió. Pablo y yo decidimos vivir juntos, y darles la oportunidad de conocerse. Betún había olvidado cómo era vivir con otros animales. Flecha no sabía cómo era compartir techo con un macho, y recién castrada para evitar huidas en la mudanza, pedía silenciosamente que no la jodan. La única compañía que aceptaba sin quejarse era la de la perra, que afortunadamente para ella y lamentablemente para Betún (que la odia con todas sus fuerzas), compartió su destino unas semanas después.

Poco a poco, se fueron acercando. Al principio, Betún, desorientado por el olor a hembra, se puso agresivo, pero inmediatamente pasó a enamorarse perdidamente y hundir, asquerosamente para mí, la mitad de su cara en la concha de Flecha. Ella lo rechazaba siempre que tenía oportunidad, pero él, denso y perseverante como yo, estaba ahí, como un granadero, cada vez que la gata abría los ojos.

Así fue que le ganó, y hoy son fieles compañeros. Se abrazan, se pelean, se corren por toda la casa tirando cosas a su paso, y salen de paseo en un itinerario en el que ella, experta, lo guía por la senda de la libertad condicional. 

¿Pero qué de todo esto es lo que más me llama la atención? ¿Por qué elijo escribir sobre estos bichos que tanto amo? No, no es el amor por ellos. Lo que me maravilla es que ambos fueron castrados, contra su naturaleza, sin que pudieran decidir ni oponerse. Y sin embargo, se burlan de quienes lo hicieron, y muestran cómo su deseo es más fuerte que todo intento censor.

Betún salió del closet, y me mostró que le gustaban las nenas, cosa que yo nunca hubiera imaginado. Y en la más absoluta insolencia le mete el hocico ahí atrás a Flecha siempre que estoy a la vista.

Flecha, que sin dudas ama a Betún, prefiere la compañía de otros machos, a juzgar por su desesperada huida cada vez que la puerta de la terraza se abre. Se burla de nosotros, que como padres con hijos adolescentes miramos la hora esperando que regrese al hogar.

Siempre se dijo que los gatos son traicioneros. Sin embargo, estos dos seres maravillosos, me han mostrado cómo no traicionan, y lo más importante, cómo no SE traicionan. Son fieles a su instinto, a su deseo, y se cagan en quien quiera decirles qué está bien y qué está mal, encontrando siempre el modo de hacer lo que les place.

Por eso escribo este anecdótico texto. Porque me hicieron reflexionar sobre la verdadera naturaleza de los seres. Porque me mostraron que la censura y la castración no pueden hacer nada contra quienes eligen seguir su corazón, su instinto, su sangre.

Y en este día en que me detengo a pensarlo, quiero celebrar que haya personas que se animan a trasponer esas barreras. Y deseo, con el alma henchida, que todxs podamos tener esa desfachatez, y nos burlemos de quienes dicen NO esgrimiendo que nuestras uniones son estériles, saliendo de nuestros closets. Alcemos la voz entonces, como los castrati.

4 comentarios:

  1. te comento aca, pero me hiciste reir con el perfil. Leo. Obvio!!! nos caemos del ego y nos volvemos a levantar!
    nos estamos leyendo!

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  2. talita! qué bueno verte acá! ego... ego... me suena... jajaj
    saludos

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  3. Dani a la mierda que me hicist emocionar, cuando hablabas de ellos me aparecia la imagen de mis felinos (Ossiris y Gaspar) se aman se buscan, se cuidan y nos dan lecciones de vida a cada momento.
    Tu reflexion ultima es mas que acertada y aunque alzar la voz contra un No que nos reprime es dificil, una vez que lo logramos es maravilloso..
    Lindo pot, lindo blog y gracias por leer mi blog y detenerte a comentar de verdad!!

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  4. yiya, qué lindo volver a estar conectados. No voy a ser muy objetivo, pero... los gatos son lo más! jeje
    Es difícil decir que no, en muchos aspectos de la vida. Es difícil poner palabras a la incomodidad, hacerle frente a la censura, etc...
    Por eso mismo es tan liberador hacerlo, no?
    Gracias por tu comentario, nos seguimos leyendo.
    Saludos

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